Me voy a referir a la situación que hemos tenido que enfrentar durante los últimos dos años en el Ecuador.
Le hemos llamado “La Tormenta Perfecta”. De ello se pueden sacar muchas lecciones para América Latina.
Por primera vez en los últimos 30 años tuvimos dos años consecutivos de caída de exportaciones. A finales de 2016 nuestro total de exportaciones fue tan solo alrededor del 64% del valor correspondiente al 2014. La reducción de las exportaciones en el 2015, mayor a 7 puntos del PIB, fue la más fuerte desde 1949, hace casi 70 años.
No fue solo desplome de los precios del petróleo, el cual pertenece al Estado y es –después de los impuestos- su más importante fuente de financiamiento, sino que también disminuyeron prácticamente todas las exportaciones.
En el 2016 las cosas empeoraron e iniciamos el año con un verdadero colapso del mercado petrolero, situándose el precio de nuestro crudo en un nivel inferior al mítico piso de 20 dólares, por debajo del cual ya ni siquiera se planificaban escenarios.
Con un precio de menos de 37,7 dólares por barril de petróleo, el Gobierno Central no recibe ni un dólar de ingreso petrolero, debido a que los ingresos totales por exportaciones de petróleo y ventas de derivados no cubren el valor de los costos de producción, más la importación de derivados y el pago de los subsidios internos a los combustibles. Esto significa que en 2015 y 2016 gobernamos sin un solo dólar de ingreso petrolero. Esto hace pocos años hubiese sido imposible.
Pero no solo aquello, por primera vez en 40 años como exportadores de petróleo, lejos de recibir ingresos, el Gobierno Central tuvo que entregar cerca de 1.600 millones de dólares a las petroleras públicas para que no quebraran.
La pérdida de ingresos petroleros por exportaciones en estos dos años fue de 7.816 millones de dólares. La disminución en recaudación de impuestos por la recesión fue de 955 millones de dólares.
A ello debemos sumar cerca de 1.100 millones de dólares de pago en apenas seis meses a las petroleras Occidental y Chevron, por los írritos juicios que perdimos en manos de tribunales arbitrales espurios, fruto de tratados firmados por gobiernos entreguistas. Dicho sea de paso, estamos denunciando todos esos tratados que han esquilmado al país.
Todo esto suma aproximadamente 11.500 millones de dólares, casi 12 puntos del PIB en pérdida neta de ingresos fiscales.
Pero el principal problema de la economía ecuatoriana no es fiscal, sino externo. Una menor entrada de dólares implica menos liquidez, menos depósitos, menos crédito, y disminución de la actividad económica, pero además compromete grandemente el sistema bancario y la sostenibilidad del sistema monetario dolarizado, si nuestro Banco Central se queda sin reservas para respaldar a los bancos.
Por ello lo primero que teníamos que hacer era cerrar el inmenso déficit externo.
Todos los economistas conocen que para ello lo más eficiente es la depreciación de la moneda nacional, de la que carecemos desde enero del 2000, cuando un gobierno neoliberal adoptó el dólar como moneda de curso legal en el Ecuador sustituyendo al Sucre. El dólar norteamericano se ha apreciado fuertemente en los últimos años, exactamente lo contrario de lo que requeríamos. Precisamente por ello la llamamos “La Tormenta Perfecta”: el desplome de exportaciones y la apreciación del dólar, lo cual tritura la economía. Las depreciaciones de la moneda en los países vecinos llegaron hasta el 80%, como en el caso colombiano.
Como si todo lo anterior fuera poco, en los primeros meses de 2016 tuvimos la activación del volcán Cotopaxi; en 2016 y 2017 hemos soportado inviernos muy fuertes, cuyas mayores consecuencias, como ya mencionamos, se evitaron gracias a los proyectos multipropósitos inaugurados durante nuestro gobierno; y, de lejos lo más grave, el 16 de abril de 2016 sufrimos un terrible terremoto de cerca de 8 en la escala de Richter, la tragedia más grande del país en los últimos 70 años, que nos costó 671 vidas, redujo el crecimiento ecuatoriano en 0,7%, y produjo pérdidas por más del 3% del PIB. Hasta la fecha, el sismo ha tenido más de 3.500 réplicas, una decena de ellas mayor a 6 grados, es decir, comparables al terremoto que destruyó en agosto del año pasado la ciudad italiana de Amatrice.
Nunca, en toda la historia de mi país, habíamos tenido tantos choques externos negativos en tan poco tiempo.